"La gran pregunta es qué tipo de mundo estamos haciendo"

Tuvo lugar en la UNTREF el encuentro regional más importante de Filosofía y Epistemología, donde investigadores coincidieron en la necesidad de pensar la ciencia desde Latinoamérica y de cuestionar su neutralidad.

15-06-2018

La XI Conferencia de la Asociación de Filosofía e Historia de la Ciencia del Cono Sur (AFHIC), realizada entre el 11 y 15 de junio y coorganizada por la UNTREF y la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), celebró la pluralidad de voces y temáticas, con especialistas y estudiosos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Uruguay, Perú, Paraguay, España y Estados Unidos. La conferencia trató diversos temas, desde cosmología, experimentación neurocientífica y teorías biológicas, hasta razonamiento analógico en matemáticas, inteligencia artificial o aspectos de mayor alcance público como es la cuestión de género. 

En la Sede de Posgrados Centro Cultural Borges, la plenaria conformada por Sandra Caponi (Universidad Federal de Santa Catarina, Brasil), Luciana Zaterka (Universidad Federal do ABC, Brasil), Dora Barrancos (CONICET) y Diana Maffía (Universidad de Buenos Aires) puso al descubierto las tendencias misóginas en campos del saber como la psiquiatría y la historia.

Caponi trabajó sobre el caso del psiquiatra alemán Paul Julius Moebius y el análisis de su obra que hizo la representante de la antipsiquiatría italiana Franca Basaglia Ongaro. “Fue pionera en estudiar desde la perspectiva de género el saber psiquiátrico. A ella le interesaba desmontar ese murmullo incansablemente repetido sobre la locura de las mujeres”, afirmó Caponi.

Como explicó la disertante, desde 1798, cuando Philippe Pinel inaugura la psiquiatría moderna, se plantea un derrotero en el que la “locura femenina” se asocia directamente a la vía genital, específicamente a fenómenos biológicos como la menstruación, embarazo, parto y menopausia. “Esto muestra la funcionalidad que el saber psiquiátrico y otros discursos con pretensión de cientificidad han tenido a lo largo de la historia para reforzar estigmas, quitar derechos y justificar la exclusión social de grupos subordinados”, indicó. 

Moebius y la deslegitimación de la mujer

En su libro La inferioridad mental de la mujer, publicado en 1900, Moebius buscó deslegitimar al género femenino a partir de dos estrategias: la primera vinculada a la craneometría y anatomía cerebral, que enfatizaba el menor peso y volumen del cerebro de las mujeres, y la segunda basada en la teoría de la degeneración

Basaglia Ongaro se pregunta qué valor puede tener esa investigación si se pone entre paréntesis la diversidad originaria y simplemente se afirma que uno es inferior al otro por ser distinto. La respuesta es que había una intencionalidad política para excluir a la mujer del juego social”, comentó. Los inicios del siglo XX, continuó, fueron el tiempo de las sufragistas, de las anarquistas y socialistas que luchaban por la paridad salarial y de las pocas que, rompiendo con la tradición, accedían a los estudios universitarios. Frente a esta situación, Moebius agrega algunas patologías a la galería de los síndromes de degeneración: el nerviosismo de las intelectuales y feministas y el hermafroditismo psíquico. 

“Moebius decía que si las facultades mentales de las mujeres alcanzaban un desarrollo igual al de los hombres, los órganos maternales se iban a atrofiar. Como estrategia preventiva, recomendaba que ninguna mujer recibiera conocimientos clásicos. Pero ¿por qué traer estos argumentos grotescos e injuriosos al presente?”, se preguntó Caponi. Porque según ella, resuenan en los casos de femicidio o cuando hombres vulgares o de Estado hablan de la “locura de la mujer” para desautorizar su discurso y reducir su poder político. “Persisten también en el campo de la psiquiatría, cuando se reducen hechos sociales graves como la violencia familiar, el asedio moral en el trabajo o la humillación cotidiana sufrida por muchas mujeres a diagnósticos ambiguos como ansiedad, bipolaridad y depresión”, concluyó. 

Entre las mujeres que lograron acceder a los estudios superiores en ese contexto y descollar en su disciplina está la historiadora inglesa Eileen Power, una figura que analizó Dora Barrancos. “Son las humanidades las que crearon unas esferas de enorme distanciamiento para las mujeres. Power fue una de las pocas que se pudo graduar en Cambridge y fue quien puso a las mujeres en la historia”, relató. Barrancos se refirió a la importancia de su libro Gente de la Edad Media, en el que inaugura el estudio sobre las relaciones de género en la vida cotidiana. 

La ciencia, casi una exclusividad masculina

Por su parte, Diana Maffía disertó sobre la no neutralidad en la actividad científica y las operaciones de poder subyacentes a ella. “La ciencia ha sido una empresa casi exclusivamente masculina”, expresó. Además, señaló que hoy el 95 % de los medios de producción de la ciencia están en manos de los hombres. “Nos niegan racionalidad, capacidad lógica, abstracción, universalización y objetividad, y nos atribuyen condiciones a las que le restan cualquier valor epistémico como subjetividad, sensibilidad, singularidad y narrativa”, prosiguió.

De acuerdo a su análisis, el sexismo en la ciencia no solo pasa por la segregación que padecen las mujeres científicas, sino que se aprecia también en el lenguaje y en las metáforas empleadas en especialidades como la biología. Como ejemplo paradigmático, mencionó el modo en que se describe el proceso de fertilización. “Hasta épocas muy recientes la célula masculina se describía como activa, fuerte y autopropulsiva, capaz de penetrar al óvulo para activar el programa del desarrollo. Así, cualquiera de nosotros procede de un espermatozoide victorioso, mientras al óvulo se le da un lugar totalmente pasivo”, ilustró. 

Otro de los capítulos a tono con estos tiempos estuvo a cargo del Profesor Emérito de la Universidad de California, Ricardo J. Gómez. Retomando las ideas de pensadores como Langdon Winner, Gómez profundizó en las implicancias políticas que hay en la adopción de toda solución tecnológica. “Son fuerzas poderosas que reforman la actividad humana y su significado. Un nuevo instrumento en la práctica médica cambia lo que los doctores hacen y los modos en los que la gente piensa sobre la salud, la enfermedad y el cuidado”, graficó. 

Pero sobre todo, hizo hincapié en la falacia de los deterministas tecnológicos, que sostienen que la tecnología tiene un desarrollo autónomo. “Siempre hay lugar para elecciones genuinas de nuevos instrumentos y artefactos que devienen parte de nuestra humanidad. La gran pregunta es qué tipo de mundo estamos haciendo, sabiendo que podemos hacer otro distinto”, aseguró. Tal como expuso, el cambio tecnológico refleja deseos humanos, entre los que está “el de tener algún dominio sobre los otros”. 

Para Gómez, las versiones súper optimistas de la tecnología desembocan en el tecnocratismo. “Sucede cuando las aplicaciones tecnológicas están mediadas por el neoliberalismo, que llevan a una tensión con la supervivencia de la democracia en la sociedad”, remarcó. El profesor concluyó que la única forma en que se sostiene la relación entre tecnología y sociedad es si “promueve la responsabilidad de los seres humanos para que sean libres sin interferir ni invadir la libertad del otro”.

Otras mesas destacadas fueron la de César Lorenzano, director de la Maestría y el Doctorado en Epistemología e Historia de la Ciencia de la UNTREF, que discurrió sobre la labor del médico Salvador Mazza; y una dedicada a las políticas científicas y tecnológicas en América Latina, que corrió por cuenta de Rodrigo Arocena (Universidad de la República, Uruguay), Marcos Barbosa de Oliveira (Universidad de Sao Paulo) y Diego Hurtado (Universidad Nacional de San Martín). 

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