Innovación en pausa: el riesgo de un país que apaga su motor creativo

El especialista Fernando Peirano advierte que la ciencia y la tecnología argentinas atraviesan una crisis profunda. Sin institucionalidad ni financiamiento, el país pierde capital humano y oportunidades estratégicas frente a la región.

28-10-2025

En un país atravesado por una crisis económica y social que erosiona instituciones y expectativas, la innovación aparece como un motor imprescindible para el desarrollo, pero también como un engranaje debilitado. Así lo señala Fernando Peirano, economista especializado en innovación, docente de la Especialización en Gestión de la Tecnología y la Innovación (GTEC-UNTREF) y ex titular de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación. La entrevista se dio en el marco del boletín producido por el Centro de Innovación y Desarrollo de Empresas y Organizaciones (CIDEM).

“Lo que estamos viendo hoy es que la Argentina apagó un motor. Ese motor es la innovación, y no es fácil volver a encenderlo”, sostuvo.

Peirano da cuenta de este contexto con datos estadísticos: los salarios de investigadores y docentes universitarios cayeron más de un 25% en términos reales en el último año, la inversión en proyectos de ciencia se redujo prácticamente a cero y las postulaciones a becas del CONICET descendieron un 30% en 2024. Asimismo, remarcó: “desde la asunción del nuevo gobierno cerca de 10.000 docentes universitarios renunciaron al sistema y fueron reemplazados por perfiles con menor trayectoria. “No se trata de un ahorro fiscal, es una profunda descapitalización. Estamos perdiendo músculo y eso no se recupera con solo abrir la canilla presupuestaria más adelante”, indicó.

La innovación bajo sospecha

Según el especialista, el predominio del Estado como motor de la innovación en Argentina fue durante años un diferencial, pero hoy se volvió una vulnerabilidad. “El sistema descansaba en una institucionalidad pública que permitía distinguir entre ideas potentes y meras ocurrencias. Hoy, con el desmantelamiento de ese entramado, las iniciativas quedan huérfanas”, explicó.

La crítica no es sólo presupuestaria. Para Peirano, la narrativa oficial instala una mirada prejuiciosa sobre la ciencia y la creatividad argentina. “Se pone a los investigadores bajo sospecha, como si fueran una carga para el gasto público. Esa estigmatización genera un gran daño: los jóvenes desisten de ingresar al sistema científico o se van del país. Lo que se pierde no es un presupuesto, es una trama de saberes que costará generaciones recomponer”, manifestó.

La tradición científica, un activo en riesgo

El experto recordó que Argentina cuenta con una ventaja singular frente a otros países de ingresos medios: una tradición científica con base en las universidades públicas, centros de investigación reconocidos y una cultura de generación de conocimiento respaldada por tres premios Nobel en ciencias (Bernardo Houssay, Luis Federico Leloir y César Milstein).

“Históricamente, este sistema permitió innovaciones disruptivas con alto retorno social. Cuando funciona, la innovación basada en la ciencia es fuertemente transformadora. Eso no lo tienen todos los países. Pero si rompemos ese tejido, entramos en un salto al vacío”, aseguró.

El ejemplo más palpable es la biotecnología. Hasta hace poco, el país figuraba entre las 15 economías con mayor capacidad de innovación en el área, con desarrollos aplicados a la agricultura, la salud humana y animal y el cambio climático. Hoy, ese potencial se perdió, sin respaldo financiero ni institucional.

Startups: un camino pendiente

La ausencia de financiamiento privado agrava el cuadro. Según cálculos de Peirano, Argentina está 16 veces por detrás de Brasil en volumen de capital de riesgo destinado a startups. “Lo esperable por la diferencia de PBI sería estar cuatro veces atrás. Eso muestra que tenemos un espacio para crecer 500% en venture capital. Pero el cepo cambiario, la falta de crédito y la inestabilidad monetaria nos dejaron fuera de esa tendencia global”, explicó.

Pese a todo, ve allí una oportunidad: “Necesitamos darle aire a un ecosistema de startups que conecte la ciencia con la tecnología y los negocios. En biotecnología ya hay semillas, pero necesitamos construir institucionalidad más allá del Estado. El vector de datos, por ejemplo, es otro campo con enorme potencial para revitalizar industrias y mejorar la eficiencia del país”.

El rol de las universidades y la inteligencia artificial

La universidad, institución clave en el sistema de innovación, atraviesa también una encrucijada. En un país donde las universidades públicas han sido históricamente motores de cambio (con hitos como la ley 1420 o la Reforma Universitaria de 1918), la irrupción de la inteligencia artificial generativa es, para Peirano, un punto de inflexión y plantea nuevos desafíos. “Nunca una tecnología había tocado tan de cerca a la universidad. Nada quedará igual porque la inteligencia artificial generativa cambió radicalmente la forma de enseñar, investigar y gestionar conocimiento. Lo deseable es que la universidad lidere ese cambio y lo convierta en un modelo de estatalidad moderna. El riesgo es que la transformación ocurra por los márgenes, como la humedad que sube por los cimientos, sin capacidad de conducción”.

La resistencia al cambio dentro de las universidades se combina con una embestida política contra la educación superior pública. El resultado, advierte, es la peor de las tensiones: la transformación es inevitable, pero se da en las condiciones más desfavorables.

Empresas públicas y modernización estatal

Para Peirano, otro vector clave está en las empresas públicas. Cita el ejemplo de INVAP, referente regional en tecnología nuclear y satelital, como prueba de que la estatalidad puede combinar eficiencia y dinamismo. “El desarrollo argentino no necesita un solo INVAP, necesita nueve más: en alimentos, en salud, en datos o servicios meteorológicos. La empresa pública puede ser un vector de modernización para el Estado pero también dinamizaría al sector privado, porque es capaz de asumir riesgos que el sector privado en Argentina no se anima a correr”, señaló.

La modernización del Estado aparece como una deuda estructural. “Hoy, en un mundo atravesado por disputas geopolíticas tecnológicas, los bienes públicos son el diferencial. Pero en Argentina, hablar de capacidades estatales es una puerta de entrada perdedora a la política”, reflexionó

Para reforzar su idea, el economista mencionó la experiencia uruguaya. Allí, las empresas públicas buscan modernizarse a través de procesos de innovación certificados, como la norma ISO 56001 en gestión de innovación.

Lecciones de Brasil y Chile

El contraste con la región es inevitable. En Brasil, incluso bajo el gobierno de Jair Bolsonaro —que también cargó contra la ciencia—, un movimiento empresarial (el Movimiento Empresarial por la Innovación, MEI) logró proteger fondos estratégicos para la innovación. “Cuando Bolsonaro quiso avanzar sobre esos recursos para otros fines, el Congreso legisló para blindarlos. Al no utilizarlos se fueron acumulando y eso permitió que Lula Da Silva hoy disponga de un fondo potenciado para acelerar políticas”, comentó Peirano.

En Chile, la continuidad institucional y un sistema más articulado de financiamiento a startups permitieron sostener un ecosistema emprendedor que, aunque más pequeño que el brasileño, logró consolidar unicornios regionales en el ámbito digital.

Argentina, en cambio, no logró consolidar consensos estratégicos ni entre dirigentes políticos ni entre empresarios. “El orden estratégico queda delegado en el actor más micro del sistema, en el propio investigador, el becario, y lo que se termina discutiendo a nivel más macro son los instrumentos como ingresos al CONICET o subsidios puntuales, se da la inversa. Además, esto es una discusión presidencial y no de una mínima burocracia formalizada, con continuidad en el tiempo y reglas más claras. Es un síntoma de fragilidad”, alertó.

Innovar en medio del malestar

El especialista subraya que el problema trasciende a la coyuntura del actual gobierno. “Milei es sal en la herida, pero el prejuicio hacia la creatividad argentina es anterior. Hay una mirada de la elite que descree de la capacidad del país para generar cosas valiosas. No creen en la cultura, no creen en el arte, no creen en la ciencia. Ese es el mayor obstáculo”.

En un país con más de 50% de pobreza infantil y un mercado laboral deteriorado, la innovación podría parecer un lujo. Sin embargo, Peirano insistió en lo contrario: “La innovación no es un accesorio. Es la posibilidad de revitalizar industrias, de abrir nuevas oportunidades, de dar respuestas a problemas urgentes como el cambio climático o la producción de alimentos”.

El futuro posible

La retirada del Estado deja a la deriva tanto a las universidades como a empresas que dependían de políticas de apoyo. “Existe el mito de que la iniciativa privada puede sostener sola la innovación en Argentina. La realidad es que no ocurre. Sin Estado, el sistema colapsa”, apuntó el economista.

Pero de acuerdo con él, hay tres claves para salir de esta situación de precariedad. En primer lugar, reconstruir institucionalidad desanclando la política científica y tecnológica de los vaivenes del poder ejecutivo; luego hay que impulsar startups y venture capital, sobre todo en biotecnología y datos, sectores donde Argentina tiene ventajas; y finalmente modernizar el Estado y las empresas públicas, convirtiéndolas en vectores de innovación y no en lastres burocráticos.

“La Argentina tiene tradición científica, tiene creatividad social y tiene oportunidades en sectores estratégicos. Lo que falta es confianza en nosotros mismos y visión estratégica. El desafío es volver a encender el motor antes de que el daño se vuelva irreversible”, concluyó