Adiós, Francisco

Un profundo dolor inunda a la UNTREF frente a la irreparable pérdida de un hombre tan valioso mundialmente como amigo de la casa. Lo vamos a extrañar. Lo vamos a necesitar.

21-04-2025

Puede ser que para el mundo haya muerto el Papa Francisco. Para la Universidad Nacional de Tres de Febrero se fue un amigo de la institución. Casi al finalizar una de las múltiples entrevistas que tuvo en Roma con Aníbal Jozami, en aquel momento Rector de la UNTREF, el pontífice lo tomó del brazo y le dijo: “Cuando estés por aquí, vení a verme. Me gusta hablar con vos”. Los encuentros se mantuvieron constantes y la correspondencia, fluida.

Así era Jorge Bergoglio. Un erudito con una formación sublime en filosofía y teología y una pasión ineludible por su querido San Lorenzo. Un hombre con una cultura superior pero, a la vez,  con una forma sencilla de comunicarse. Por eso tenía llegada a los más poderosos de la Tierra y buscaba con insistencia mantener contacto con los humildes, los desposeídos, los más pobres del planeta. No fue casual que haya causado una verdadera revolución en el Vaticano con sus ideas y actitudes poco ortodoxas, para nada tradicionales. Fue siempre un hombre coherente.

Emergente de una familia humilde de Flores, nació el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires en el seno de una familia modesta. Hijo de un trabajador ferroviario de origen piamontés, Mario Bergoglio, y de Regina María Sívori, ama de casa. Su familia le transmitió el valor de lo simple, el respeto por los pobres.

Desde los 20 años vivió con un solo pulmón por una grave afección respiratoria. A los 21 ingresó en los estudios sacerdotales. El 11 de marzo de 1958 se unió al noviciado de la Compañía de Jesús en el seminario del barrio Villa Devoto. Obtuvo una Licenciatura en Filosofía y estudió humanidades en Chile. Entre 1964 y 1965 fue profesor de literatura y psicología en el Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe, para posteriormente destacarse como brillante docente de teología en el Colegio San José de San Miguel.

Sus particulares competencias para la gestión lo llevaron a tener una trayectoria constante y ascendente en puestos jerárquicos, no siempre deseados por él pero demandados por una institución que lo necesitaba.

En el Cónclave de 2005 que eligió al sucesor de Juan Pablo II, Bergoglio era un fuerte candidato. Él hizo todo lo posible para no ser nombrado Papa. Por fin, en marzo de 2013 ante la renuncia de Benedicto XVI había que escoger un continuador de la función y no lo pudo evitar.  Así el mundo se sorprendió con la elección de un Papa latinoamericano y argentino que en uno de sus primeros viajes invitó a la multitud de jóvenes que lo seguía con una indicación tan directa como concreta: ¡Hagan lío!

Su pontificado fue coherente con ese pedido. No le importó contar con el desagrado de los sectores más tradicionalistas de la Iglesia Católica. Transformó un sinnúmero de protocolos y liturgias propias de siglos pasados y mantuvo incólume su trabajo por la paz mundial, el diálogo con representantes de todas las religiones y la preocupación por los que menos tienen.

Un gesto que lo describe profundamente: desde que fue elegido Arzobispo de Buenos Aires nunca ocupó el palacio que le correspondía por su cargo. Vivió en un modesto departamento, se trasladaba en transporte público y se preparaba su propia comida.

 Este hombre de Flores dejó su huella en la historia.