"Las políticas de Memoria, Verdad y Justicia son una apuesta al futuro"

A 35 años de la vuelta a la democracia, especialistas de la UNTREF reflexionan sobre cómo se mantienen y construyen los procesos de memoria en nuestra sociedad.

23-03-2018

“Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia” es el título con el que se conmemora cada 24 de marzo en Argentina. Esta denominación se decretó por ley en agosto de 2002. Cuatro años después se le dio el carácter de feriado nacional y, el año pasado, se retrocedió en la decisión de volverlo un feriado movible por la presión y la movilización social. Pero, ¿por qué se dan estas disputas? ¿De qué hablamos cuando decimos “Día de la Memoria”?

Eduardo Jozami, profesor y director del Centro de Estudios de Memoria de la UNTREF,  junto a Daniel Feierstein, director del Centro de Estudios sobre Genocidio de la UNTREF, reflexionaron sobre cómo se construye la memoria cuarenta y dos años después del último golpe cívico-militar. 

La memoria como proceso y como objetivo

“Tenemos que pensar que las políticas de Memoria, Verdad y Justicia son una apuesta al futuro, tendrá que ver con que sean efectivamente consolidadas por nuevas generaciones, que sigan recordando a estos desaparecidos como los recordamos hoy, porque lo que no debe olvidarse tiene que ser el proceso que se ha vivido”, estableció Eduardo Jozami, militante de los Derechos Humanos y preso político de la dictadura militar.

"Es muy difícil pensar que se puede construir una Argentina más justa, más democrática, con una permanente expansión de derechos, si al mismo tiempo  le damos la espalda a nuestra historia."

En un análisis histórico, Jozami describió la memoria como un proceso que se fue profundizando desde el 83 hasta la actualidad. En una primera instancia, la vuelta de la democracia estuvo signada por una mirada que ponía el acento en las víctimas y en el horror de los acontecimientos. Esto permitió que se desarrolle en el discurso oficial y en discursos de sectores más amplios la teoría de los dos demonios. Lo ocurrido se planteaba como una lucha entre dos aparatos dedicados a la violencia, sin profundizar en los objetivos que unos y otros perseguían ni en las responsabilidades y la participación que la sociedad había tenido. Se colaboró entonces en la construcción de una concepción de la memoria que tendió a despolitizar y a pensar los acontecimientos en término de repudio y horror, pero sin explicar por qué habían sucedido. 

Sin embargo, a mediados de los años 90, se produjo una revitalización del movimiento por los Derechos Humanos. “La constitución de H.I.J.O.S. y de nuevas dimensiones y perspectivas produjeron la revitalización de un movimiento que parecía que su subsistencia dependía de quienes habíamos sido partícipes en los hechos”, explicó Jozami. El interés progresivo de la sociedad por saber qué fue lo que ocurrió se reflejó en la aparición de películas y novelas, así como trabajos de investigación periodística, que ahondaron en torno a los orígenes de la dictadura.

“De alguna manera va cambiando la visión hasta entonces dominante, y se ve mucho más claramente que, si bien la represión dictatorial había tenido una amplitud en muchos casos lindante con lo inexplicable, el objetivo principal tenía que ver con terminar con la resistencia popular y con esa sociedad movilizada de los años 60 y 70”, aclaró el director del CEM.

Siguiendo el recorrido histórico, Eduardo Jozami explicó que a partir del 2003, con el fin de terminar con las leyes de impunidad y llevar adelante los juicios, la memoria aparece con más fuerza y se constituye como objetivo, se la piensa como política pública. En esta transformación, la construcción del concepto adquiere un carácter dual: es inevitable (no se puede elegir no recordar), pero a la vez es voluntario, se constituye como decisión política. 

“Más allá de esta inevitabilidad de la memoria, hay decisiones, voluntades políticas para que sigamos recordando. Es muy difícil pensar que se puede construir una Argentina más justa, más democrática, con una permanente expansión de derechos, si al mismo tiempo  le damos la espalda a nuestra historia”, afirmó Jozami.

“Fue genocidio”

“Son 30.000” y “Fue genocidio” son dos consignas centrales que recupera el Movimiento de Derechos Humanos, que cobraron gran relevancia en las movilizaciones del 24 de marzo del año pasado. Esta búsqueda por reivindicar ambas cuestiones a partir del avance de posturas negacionistas, da cuenta de la importancia que tiene la disputa sobre los conceptos que utilizamos en los procesos de memoria. 

"No fue solamente lo que le pasó a la gente que estuvo en los campos de concentración, sino que el genocidio buscó transformarnos a todos nosotros y transformar todas nuestras acciones."

Daniel Feierstein retoma la necesidad de clasificar lo ocurrido como un genocidio, motivo de discusiones fuertes en los tribunales y en los procesos de juzgamiento, porque es un concepto que permite dar cuenta de la intencionalidad del proceso. “La figura del genocidio rompe la dualidad que trata de instalar el negacionismo, de lo que yo llamo los dos demonios recargados, porque no hay comparación entre un genocidio y cualquier acción de insurgencia”, explicó. 

Para entender esto, el director del CEG adopta la definición propuesta por Raphael Lemkin, jurista polaco que acuñó el término en 1946 y estableció que el genocidio es la destrucción de la identidad nacional de los oprimidos para imponer la identidad nacional del opresor. De esta manera, se destacan dos cuestiones que son centrales: identidad y opresión; es decir, un genocidio busca destruir la identidad para garantizar la opresión. 

“Esta definición permite observar la intencionalidad del proceso de destrucción de todo el grupo nacional, y esto es algo que no captura ningún otro concepto; ni crímenes de lesa humanidad, ni terrorismo de Estado, permiten pensar en un proyecto que buscaba destruir nuestra forma de relación social. No fue solamente lo que le pasó a la gente que estuvo en los campos de concentración, sino que el genocidio buscó transformarnos a todos nosotros y transformar todas nuestras acciones”, reconoció Feierstein. 

Definir de este modo el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, cambia la manera de percibir los acontecimientos, tanto desde un plano judicial como colectivo. Feierstein destaca que en nuestro país ha habido alrededor de 200 sentencias en el proceso de reapertura, en las que se condenaron más de 1.100 responsables. Sin embargo, dado que un genocidio requiere mucha gente para su implementación, establece que esta cifra es todavía un número pequeño que puede representar aproximadamente entre el 15 y el 20 por ciento del total de represores

Por otro lado, estas mismas cifras, comparadas a nivel internacional con otros procesos genocidas de magnitudes infinitamente superiores a la Argentina, como el nazismo o el genocidio armenio, sitúan al caso argentino como preponderante en la lucha contra la impunidad. “Hay marcas traumáticas del genocidio que siguen presentes; pero el proceso de lucha contra la impunidad también ha dejado huellas que constituyen parte de la identidad  argentina. Creo que es una de las maneras de resistencia más eficaces y por otro lado, más esperanzadoras”, concluyó Feierstein.